Sobre el ajedrez se ha escrito y se sigue escribiendo mucho. Han hablado de este juego, por supuesto, los ajedrecistas, pero también lo han hecho literatos, artistas, empresarios, deportistas, políticos, intelectuales, periodistas, científicos… ¿Y por qué desde tan diversos campos? Porque el ajedrez es profundo y a la vez sutil, es un deporte pero sus “principios estratégicos” pueden valer para la mejor empresa, es solo un juego pero refleja perfectamente el comportamiento humano, es un pasatiempo pero ha servido de inspiración para la elaboración de complejos modelos científicos. Es arte, ciencia, deporte y algo más, como se ha dicho tantas veces. Quizás, como dice Arrabal con su precisión y genialidad habituales, porque en definitiva “El ajedrez es la esencia de lo inútil y de lo sabio”.
Hay frases sobre ajedrez que rozan lo sublime, otras absolutamente clarificadoras, las hay tremendamente crudas –“Tus excusas a nadie interesan cuando pierdes”, Fischer- y las hay repletas de cariño: “Soy Ricardo Calvo y amo el ajedrez”; algunas también que actúan a modo de consejo “Hoy en día, si no eres Gran Maestro a los 14 años, es mejor que lo olvides”, Anand. Y la ironía abunda por doquier: “No guardo rencor a ningún Gran Maestro, solo a algún psicólogo”, Boris Spassky.
Quizás, habituados todos a leer listados de frases que en muchas ocasiones se repiten a sí mismos, no seamos conscientes del número, de la variedad, de la brillantez y de la profundidad de lo que se ha dicho y escrito sobre el ajedrez –“El ajedrez es la única forma civilizada de hacerle imposible la vida al prójimo”, Ignacio Helguera, artista mexicano-.
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