martes, 25 de marzo de 2008

Duke y Harry (1)

Era de día cuando por fin se pararon a desayunar. Entumecidos de tantas horas en el coche, entraron torpemente en la cafetería dando un portazo. El local ya estaba repleto y lleno del ruido de los camioneros, demasiado ocupados en masticar como para fijarse en Ellington, con su viejo jersey azul y sus pantalones arrugados. El sol de la mañana temblaba por las ventanas.

Bostezando, Duke pidió la misma comida de la que se había alimentado desde Dios sabe cuantos años: filete, zumo de piña y café. Harry pidió huevos y miró a Duke que removía despacio su café: en todo lo que hacía había un aire de somnolencia, pero era la somnolencia de quien acaba de despertar, nunca la de alguien a punto de acostarse. Sus enormes ojeras sugerían un cúmulo de sueño atrasado que tal vez tardaría diez años en reparar. Y, sin embargo, en lugar de recuperarlo, notaba que la falta de sueño seguía creciendo según iba arañando, noche tras noche, cinco o seis horas. Tal vez lo que mantenía a la orquesta unida era el agotamiento colectivo: llega un momento en que el cansancio agotador te engancha y dependes de él para seguir tirando. La gente no paraba de decirle a Duke que se relajara, que descansara y se tranquilizara –lo que estaba muy bien-, pero ¿de qué se iba a relajar y tranquilizar?

Comieron en silencio y en cuanto hubo acabado Duke atacó su postre: miles de "vitaminas" distintas empujadas con agua.

-¿Listo, Harry?

-Creo que si. Pidamos la cuenta.

Ambos empezaron a buscar a la camarera, deseando volver de nuevo al coche.


Cuento dedicado a Duke Ellington y Harry "Sweets" Edison.



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