Recientemente, Ana y él se habían separado. Quien lo iba a pensar, un matrimonio aparentemente feliz y normal, después de muchos años de convivir juntos, y de llevar entrelazado el devenir diario de casi media vida. Todavía recuerda la cara de aquella juez, dictando la sentencia y además condenándole a él con una orden de alejamiento, de la persona que hasta ese mismo instante, había sido el ser humano menos alejado de su vida.
A partir de ese momento su día a día, se había convertido en una caída al abismo. Apenas salía con sus amigos y todo parecía haberse precipitado en una espiral rutinaria. Desde hace algunas semanas, para volver a casa desde el trabajo tomaba un extraño atajo con el coche, digo extraño, porque este atajo le llevaba un par de kilómetros más. Casualmente, pasaba justo por la calle donde vivía Ana. No se detenía, casi nunca miraba a la ventana de la que durante media vida fue su mujer, y solo algunas veces, se le humedecían los ojos, con lo que él, en un intento por auto engañarse, hacia ver que era el humo de su cigarro.
Esto es acoso y… tierno.
(Jesús Soto)
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